A principios del siglo XX en la Escuela de Chicago surgió el interés por
lo popular y las prácticas cotidianas, puesto que en ellas vieron la forma de
explicar la complejidad de la vida social. De ahí que surgieran distintas. Los primeros teóricos en advertirlo fueron
Adorno y Horkheimer y plantearon los orígenes de la discusión entre las
distintas teorías sobre la cultura popular y posteriormente los estudios
culturales acerca de la autonomía o no de la cultura respecto a la estructura
social moderna y cada las resolverá de manera diferente. En consecuencia
surgieron las dicotomías racionalista- idealista, colectivistas –
individualistas:
·
Racionalistas:
teóricos normativos que afirman que la cultura es controlada por fuerzas
externas.
·
Idealistas:
teóricos morales que subjetivan a la cultura y la miran desde su dimensión
interna
·
Colectivistas:
teóricos relacionados con el racionalismo, puesto que ven los patrones
culturales como resultado de hábitos culturales, los cuales a su vez están
determinados por la estructura social por medio de clases, como un sistema
externo e impuesto.
·
Individualistas:
postura teórica cuya visión sobre la cultura es autónoma, libre de
condicionamiento social. Es decir, posee un enfoque individual.
Durante los años 50, como ya mencionamos,
Adorno y Horkheimer fueron los primeros en preocuparse por la cultura popular.
En consecuencia inauguraron una nueva vertiente de la sociología enfocada a las
prácticas culturales. La primera aproximación a estos estudios vio al arte y
los hábitos socioculturales como producto del sistema económico: el capitalismo.
Es decir, la cultura era objeto del mercado producida y distribuida para su
consumo masivo.
En consecuencia, el planteamiento de Adorno y
Horkheimer era de corte racionalista. Así, los académicos los criticaron muy
fuerte por su visión reduccionista del campo de estudio y por ver al arte y a
la cultura como un mero mecanismo, o sea, una materialización de la cultura.
Más tarde, W. Benjamín (1972 [1955]) y E. Panofsky (2000 [1947]), propusieron
una aproximación a la cultura popular con un enfoque contemporáneo.
W. Benjamín, a diferencia de los teóricos que
lo antecedieron, concibe a la cultura de masas sin contraponerla al arte. En
cambio, la define como una “nueva forma de arte, no sujeta a los cánones del
arte moderno y capaz de convocar a la sociedad de masas” (). Destaca entonces
el valor de lo popular en cuanto a lo artístico y cultural. Sin embargo, este
valor se relaciona directamente con los intereses burgueses. Por ello, al igual
que Adorno y Horkheimer la cultura es vista desde una perspectiva racionalista,
puesto que lo artístico de la misma se pierde en cuanto se vuelve un producto y
su consumo es masivo.
Esto se debe
principalmente al espectador masivo, quien permite la reproducción de las obras
artísticas a manera de copias degradando así la autenticidad del original por
su lejanía y prefiriendo la copia cercana sobre él. Un ejemplo de ello podría
ser la predilección actual por los best sellers sobre los grandes textos de la
literatura universal. Así, la gran obra de Shakespeare, Romeo y Julieta, el paradigma del amor prohibido del arte
tradiciona, ha quedado en el olvido tras el sinnúmero de reproducciones de la
trama, adaptaciones de la misma a otros medios como el cine o la tv o su
transformación a otras épocas y contextos culturales. Han gastado tanto a la
obra que luego han surgido cosas tan terribles como Crepúsculo (encima su adaptación al cine) producto del arte de masas
y la predilección por la copia del amor prohibido de Romeo y Julieta aplicado a vampiros.
Independientemente de lo terribles que puedan
parecerle estas manifestaciones a los teóricos individualistas e idealistas,
para Benjamín la imagen de masas constituye un indicio de un cambio de
actividad hacia un nuevo fin, un arte inédito que no necesita de la experiencia
humana de la obra. Por ello, se necesitarán nuevos criterios para hallar valor
al arte como producto de la reproducción técnica y se desecharán otros como la
unicidad. Ahora, se preferirá la experiencia ritual, el valor de ocultamiento y
el valor expositivo. Así, la obra de arte camina hacia un fin político de
representación de las masas, es decir, la politización del arte. En resumen, W.
Benjamín celebra el arte de las masas con una finalidad política y bajo la
postura racionalista de Adorno y Horkheimer y una visión colectivista.
Por otra parte, la concepción de E. Panofsky
ve en el arte popular una resistencia a la idea moderna, autónoma e individual
del arte, pues el arte moderno ya no satisface la necesidad de un lenguaje más
comunicativo dada su concentración en un grupo elitista. La proyección
comercial exigía un arte para el público en general. Así, el cine evolucionó su
manera externa de narrar a una forma interna cuyo significado sociológico
sintetizó la naturaleza artística y la popularidad. En consecuencia, la trama y
el contenido humano se tradujeron en estereotipos no vistos de forma peyorativa
sino como tipos auténticos.
La popularidad para Panofsky es una respuesta
social contra el arte moderno y un éxito por el lenguaje popular como
innovación artística. En la narración interactúan la técnica y el contenido para
el público en general. En consecuencia, la postura de Panofsky y la de Benjamín
es una visión idealista del arte popular y a la vez colectivista por su interés
en los afectos comunes.